Una película tremendamente feminista. La editora de una revista que lleva una vida muy exigente de trabajo despide secretarias porque no se quedan después de su hora de trabajo a realizar actividades extras. Un vendedor de objetos de deporte pretende venderle una máquina para remar, pero termina contratado por ella. El marido se dedica a fiestear, jugar al polo y perder el tiempo, pero la mujer es toda una empresaria. Que se enamoren es cuestión de tiempo y de que acaezcan circunstancias singulares que favorezcan el acercamiento. Él también tiene un compromiso adquirido, novia en este caso.
Película pre-code que quizá después no se hubiera podido filmar en mucho tiempo. El engaño de la novia para que la empresaria no se haga ilusiones con él -besarle en el coche cuando sale del trabajo y la empresaria se acerca a decirle algo- es de una modernidad absoluta. El planteamiento de toda la película es, sencillamente, rupturista. Una empresaria de éxito social y económico se enamora de su secretario, que deja a su novia por una mujer casada.
La empresaria es Kay Francis, estrella fulgurante de los años treinta, y su secretario es David Manners, del que he visto Dracula y Frankenstein, dos clásicos del cine de terror.
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