jueves, 17 de diciembre de 2020

§ 2.174. La profecía (Richard Donner, 1976)

    Una de las más míticas películas de miedo de todos los tiempos. Un planteamiento sencillo, por eso lo aterrador. Un embajador de carrera es trasladado de Roma a Londres y se llevan, naturalmente, al niño de ambos. Niño que no es propio, porque el suyo murió al nacer y en el hospital le dieron, tal cual, a otro niño que no tenía familia y cuya madre murió en el parto. El padre sí sabe que no es propio, pero la madre no lo sabe.
    El cuadro que se dibuja en el primer cuarto de hora es idílico, familia asentada emocional, económica y con triunfo social contrastado. Todo se empieza a trastocar cuando la niñera se suicida en una fiesta de cumpleaños de Demian, tirándose de un balcón con una soga al cuello en presencia de todos los invitados a la celebración, mayores y menores, adultos y niños. La niñera dice que se suicida por Demian, por el niño, a grito pelado mientas el niño le hace unos gestos a un perro agresivo, un Rodwalier.
    Un reparto fabuloso encabezado por Gregory Peck, y Lee Remick, varonil él y muy femenina ella. David Warner es el periodista, y Billie Whitelaw es la nueva niñera, aquella que sustituye a la que se ha suicidado. La niñera se ha presentado sin que nadie se lo haya pedido, ni el padre del niño ni la madre. La agencia, dice ella cuando se le interpela sobre ello. El niño es el actor Harvey Stephens, que sólo ha intervenido en esta película. Y el sacerdote es Patrick Troughton.
    La nueva niñera le comenta a la señora que el niño no debe ir a la iglesia, pero la madre insiste. Cuando llegan el niño experimenta una excitación impropia, se descompone y agrede a la madre dentro del coche. Pero el padre comienza a hilar fino. Aprecia que el niño nunca ha estado enfermo, nunca. La niñera tiene al perro dentro de la casa y el niño se comporta de forma extraña en el zoo, huyéndole los animales, que no soportan su presencia. La escena de los mandiles es aterradora, veoviendo cómo se abalanzan sobre el coche en marcha en el circuito del zoo.
    La madres comienza a experimentar un desequilibrio evidente, un miedo a su propio hijo y a las cosas que le ocurren, a lo que le pasa... El padre le entrevista en Londres y le dice que es el hijo del diablo y que debe morir, señalándole el nombre de un sacerdote experimentado en hacer morir a este tipo de niños, además de decirle que su mujer está embarazada, cosa que es cierta. El sacerdote muere alcanzándole el pararrayos de una iglesia. La mujer le comenta que está embarazada y le dice que no puede llevar a buen puerto el embarazo. Ella le comenta, al marido y al psiquiatra al que visita, que el hijo no es suyo, y que es malo. Él se opone al aborto que ella sí quiere. El niño con su triciclo provoca que se caiga y pierde el niño que llevaba dentro. Algo extraño empieza a suceder en el entorno del marido. Todo lo comienza a ver de forma diferente. Incluso la cara de Peck es más dura y afilada, con algunas sombras, arrugas y bolsas en los ojos. Su transformación no es sólo mental, sino también física.
    Ella le pide que no deje que el niño la mate. Ese es el momento en el que la película vira definitivamente hacia una cinta de terror, minuto 52 de un metraje de 110 minutos totales.
    El periodista se reune con él y le explica las sospechas que tiene sobre el sacerdote. El sacerdote tenía recortes de prensa del nacimiento del niño el 6 de junio, del sexto mes, a las seis de la mañana. El embajador no entiende nada, pero está dispuesto a averiguarlo mientras la esposa permanece en el hospital. Él vuelve a Roma, a hacer averiguaciones con el periodista. Todo parece indicar que el niño ha nacido exactamente con los los presagios bíblicos que señalan el advenimiento del anticristo. Todo parece cerrado. La búsqueda de los orígenes del niño aleja la atención del niño y de la madre, que siempre es más agobiante y le da a la película una sensación de credibilidad, de realismo. Las "cosas" malas que hace el niño son pocas, y por eso creíbles.
    Muy interesante cuando el sacerdote le dice que el anticristo vendrá desde la política, y que el 666 es el número de la triple maldad: el demonio, el anticristo y el falso profeta...
    Las imágenes del cementerio y los perros, los de la misma raza que el que tiene el niño en Londres, es desgarradora y muy potente. 
  La película tiene un guión estupendo, muy bien trazado, que mantiene la atención del espectador y crece en intensidad poco a poco. La dirección es brillante, con un color gráfico muy bonito y unos encuadres nítidos, limpios y sin innovaciones técnicas. Excepto en las escenas de maldad, en donde la cámara gira sobre sí misma y da vueltas y vueltas, con una música atropellada y atónica, sin melodía, mero ruido... No son muy numerosas las escenas de miedo o pánico, de terror. Se concentrar en varios momentos y en la mayoría de la ocasiones no son especialmente efectistas. Cuando su mujer es asesinada por la niñera arrojándola por el balcón del hospital toma una determinación firme: acudir al sacerdote que le dijeron que se encargaba de estas cosas, que resulta que fue un exorcista del siglo XVII, estando la ciudad en Jerusalén, en un sitio bíblico. Allá se van, tanto el periodista como el embajador, a ver una tumbas en el desierto y encontrar al exorcista en la ciudad en la que comenzó el cristianismo.
    Es de las pocas películas de miedo que han trascendido su estricto ámbito de atención. Es un genero que gusta mucho a quien lo visitan. Pero no suele ser el tipo de películas que gustan a los cinéticos más convencionales. Junto con ellas quizá pueda incluirse a El resplandor (1980) de Kubrick y La semilla del diablo (1968) de Polansky.

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