Profunda, espesa, sesuda, intensa... tiene esa pátina de Bergman, de trascendente, que consigue con diálogos verdaderamente trabajados, actores excelentes (Carmen Sevilla, cuidadoso con ella: qué fuerza en la mirada, qué potencia. Raf Vallone cuando era una estrella internacional. Jorge Mistral, Manuel Alexandre, y José Prada, con Francisco Rabal de narrador) y una puesta en escena que acentúa el dramatismo existencial de los personajes y de la situación del pueblo español.
La trama refleja muy bien lo que es la España 'profunda': odios ancestrales, resentimiento social, obsesiones recurrentes sobre el honor, la virtud, la hombría, la familia y todos los clichés que uno pueda imaginar, puestos en escenas con realismo y crudeza.
El tema central parece claro. Narrar una venganza. En eso se parece a cualquier otra película, americana, española o sueca. Y hay brilla como nadie Carmen Sevilla, que es el fiel de la balanza de la emociones del grupo. Destila odio y resentimiento, y condiciona a su hermano y a todos los demás participantes de la cuadrilla de segadores.
Pero también cuenta la historia de cómo se segaba en España. Un oficio duro dónde los haya, con peculiaridades sociales más que interesante -quién siega, en qué condiciones, por qué salario, etc.- que se aprovecha para narrar la situación social de una España de 'sagrado y sacristía' que atufa a post guerra civil (pleno franquismo, pues) aunque cronológicamente se sitúe en los años treinta.
Me parece una obra verdaderamente excelente. Cumbre absoluta de su director, que en sus primeras obras hizo probablemente sus mejores cosas.
Brillantísima.
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