Es la seunda vez que la veo. La recordaba bien, pero más corta y menos intensa. Es demoledora. Una crítica a la sociedad, a la justicia, a los prejuicios, a la estructura de convivencia, a la cultura propia del EE.UU. Hay que ser extraordinariamente valiente para que tu primera película una vez emigrado sea ésta. Pudo hacer un Western, de hecho los hizo luego, algo sencillo, fácil. Que no diese problemas.
Y, sin embargo, se mete de lleno en una película que critica de manera durísima uno de los dogmas de la cultura americana por excelencia: la capacidad de cada uno de hacer justicia por sí mismo. El linchamiento como método de solución de problemas.
Pero también es una reflexión sobre el infortunio, sobre cómo los acontecimientos fortuitos pueden enredarse y generar resultados verdaderamente aberrantes, de resultados contrarios a los pretendidos.
La vida no es sólo lo que uno prevé, o lo que organiza, o por lo que lucha, o a lo que se prepara. También es aquello que sucede alrededor de uno. A veces se controla, a veces no. A veces lo que sucede, conviene. A veces, todo lo contrario.
También es una crítica despiadada al cotilleo, a la maledicencia, al rumor, al chisme, a la media verdad, a la noticia falsa, a la fake new. A las gallinas que pían y pían sin sentido. Al igual que un ser humano respira, otros pían.
Pues la reflexión que expone la cinta es precisamente ésta.
Sylvia Sidney y Spencer Tracy funcionan a la perfección. Sobre todo él. Es un verdadero genio de la interpretación. Me ha gustado mucho Edward Ellis como Sheriff, y también está por ahí Walter Brennan, que no sé en cuántas películas ha participado, una barbaridad, en cualquier caso.
Me ha gustado mucho más que la primera vez que la vi. Fue la nochebuena de 2012. Y la crítica que hice sobre ella varía mucho sobre la que ahora he proyectado. La califiqué con un 9. Ahora la pongo un 10. Una película extraordinaria.
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