Un clásico de la ciencia ficción de los ochenta por uno de los más preclaros directores del género.
Tiene algo premonitorio, anticipatorio. La idea que despliegan al principio de que todos los humanos tendremos en el futuro un nombre para salir por la televisión es genial, es realmente lo que ocurre ahora mismo con el avatar de twitter. Es lo que ocurre, que para salir en las redes sociales interponemos entre nosotros mismos y el público un falso personaje.
La violencia y el sexo son las dos pulsiones básicas del ser humano según Freud, y aquí ambas están muy bien estudiadas. El número de este mes de Claves de Razón Práctica tiene un pequeño estudio sobre el director y su evolución personal y cinematográfica.
El sadismo y la masoquismo es una cosa que no puedo llegar a comprender. Me resulta ofensivo y dañino e incluso antinatural. Por supuesto amoral y enfermizo.
La película es interesante, camina bien y desarrolla su propósito con consistencia y sin separarse de su pretensión. Quiera contar lo que quiere contar y no se va por las ramas. Un metraje más que civilizado contribuye al dinamismo de la cinta.
El oscurantismo de la alucinaciones es realmente impactante, muy sugestiva y tremendamente potente, no solo desde el punto de vista estético, sino también desde el moral y el filosófico. El mundo es lo que percibimos, sin ser ese el verdadero mundo. Y sin embargo, ese mudo que percibimos puede matarnos, hacernos daño y distorsionar la realidad y a nosotros mismos. El magnífico James Woods lo borda, es capaz de dar una lección de expresividad contenida. Me gusta mucho, siempre ha sido un actor al que le he tenido en alta consideración.
El resultado de la cinta es magnífico. Para mi no es una obra de arte, porque no tiene esa estética cuidada que considero imprescindible para ello, pero es estupenda. Probablemente la primera de un subgénero nuevo, la que marca el camino, la más difícil. La mejor.
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