Recuerda, inevitablemente, a Pacto Tenebroso (Douglas Sirk, 1948), aunque de manera más efectista en esta, más espectacular, sin recurrir al argumento principal de aquella: la sutileza.
Muy bonita la música, muy apropiada, y me ha gustado mucho el guión, muy bien trazado, por Leo Townsend (un grande de la escritura cinematográfica) desde una historia de John Dickson Carr. El guión va paso a paso, in crecendo, sin pausa pero sin prisa, como se suele decir, hasta el desenlace final.
Una historia verosímil pero no frecuente, claro. Una soberbia Jeanne Crain llena el papel absolutamente. Tan imperial como en Carta a tres esposas (1949) o Murmullos de ciudad (1951) ambas de Joseph L. Mankiewicz, El abanico de Lady Windermere (1949) de Preminger, Qu ele cielo la Juzgue (1945) de John M. Stahl, o en La pradera sin ley (1945) de King Vidor. En todas ellas está magnífica, superior, pero en esta no desmerece en absoluto. Aterrada cuando debe estarlo, guapa a rabiar, con una luminosidad en la cara que sólo tienen las estrellas de cine intemporales, y a veces la mirada perdida de loca de atar. Me ha encantado. Tiene un aire a Susan Hayward.
El resto del reparto es solvente sin alharacas, Michael Rennie sobre todo. Hierático y algo afligido siempre, pero solvente.
Me ha gustado mucho la cinta, me parece una joya escondida.
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