Willem Dafoe siempre hace marginal, de loco, de alterado, de descocado, de neurótico, psicopático o similar. No tiene un papel, al menos ahora no se lo recuerdo, que haga de amoroso burgués que quiere a su mujer y a sus hijos y va a la oficina por las mañanas. Es su hueco en la industria.
Robert Pattinson es otra cosa. Un actor más convencional, con una carrera menos rica en matices pero probablemente mejor remunerada.
El estudio que pretende sobre la soledad y la angustia no le queda del todo mal. Pero más que una película estamos en presencia de un ensayo cinematográfico.
Creo que para lo difícil que es la propuesta ha tenido mucho éxito. Más incluso que su siguiente película, El hombre del norte (2022), que no es que me pareciese excelente pero sí me gustó. Creo que ambas, especialmente ésta, ganará con los años.
No sé si quiero ver en esta forma de rodar, en los blanco y negros tan profundos, una influencia de Bella Tarr, pero lo poco que he viso de él me lo recuerdo similar a esto.
Tiene algo de El sirviente, de Joseph Losey, la dominación por el criado -el dominado- por el señor -el dominador-, en una relación morbosa y malsana de resultado inciertos aunque previsibles, sin que ello suponga una contradicción.
Me ha gustado, es diferente, está bien rodada y, sobre todo, bien montada.
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