Hace más de veinte años que la vila primera vez. Creo que esta es la tercera, quizá la cuarta áque la veo. Todo un mito del cine. Un clásico, y una película de culto. Barata, bien hecha, seria, trascendente, con más cosas que decir que lo que dice. Todo un mito. Me encanta. Me parece una obra de arte.
El blanco y negro ya te sitúa en un escenario singular, mitificado. Sabes, a los cinco minutos, que vas a ver algo verdaderamente grande, interesante. Parece Inglaterra, con su campiña, sus árboles verdes, sus hojas en el invierno cubriendo el suelo.
Sin explicaciones empiezan a ocurrir cosas, lúgubres, macabras, incomprensibles. El miedo a lo incomprendido es lo que lo transforma en terror. No se trata tanto de mal, que también, sino del desconocimiento.
Hay algo de malvado en todos nosotros, solo que lo desconocemos. Por eso las personas buenas son las que se conocen a sí mismas. Ser bueno es, precisamente, conocerse a uno mismo.
No recordaba que la música fuera tan preeminente. Es de un tal Scott Vladimir Licina, para mi un absoluto desconocido. Es eficaz y resultona. Algo estridente quizá.
Me gustan los cambios de perspectiva que adoptaría cámara a ras de suelo y en el plano siguiente un picado, lo que facilita la sensación de confusión.
También impone dicho estado la ausencia de diálogos. Son escasos, intrascendentes y nunca enfocados a averiguar qué ocurre. Simplemente ocurre. Sin más. Pareciera que los protagonistas saben de qué va la cosa. La evitan y la combaten, pero la conocían. Es como si se tratase de algo manejable que, simplemente, se ha ido de las manos.
Los aspectos técnicos me parecen novedosos. Que los actores no sean especialmente conocidos todo un acierto, que sea en blanco y negro aporta textura, clasicismo y perspectiva.
Es una gran película, que no sólo creo un género sino que, además, fue baratísima y generó muchísimos dividendos. Todo un clásico, todo un canon.
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