Los inicios de las películas de Fuller son espectaculares. No sabes qué ocurre ni por qué pero sí sabes que va a ser una historia interesante. La forma de rodar tiene algo de Nouvelle Vague, cámara al hombre y seguimiento en la calle, sin planos preparados ni escenarios artificiales.
El tratamiento de los planos tan cercanos a los rostros es algo muy característico de Fuller, al menos me lo parece a mi.
La historia, sin embargo, no tiene mucho juego, y no está del todo bien desarrollada Pero funciona. Al menos por un rato. El racismo no es una cuestión fácil de manejar en el cine. No siempre se consigue el tono lírico necesario para expresar lo que se quiere decir. En este caso la cuestión se complica porque no es un racismo típico. Además el momento en el que se produce la historia es recién acabada la guerra de Korea en 1950, sólo cinco años desde el fin de la II GM, y no hay ninguna referencia previa a esta cuestión.
Son muy interesantes, muy propios y característicos los planos iniciales y finales de las calles de Los Ángeles, llenas de coches, cines y locales de espectáculos. Seguramente con eso nos quiere decir que todo sigue igual, que nada cambia, que nada importa.
Son muy interesantes, muy propios y característicos los planos iniciales y finales de las calles de Los Ángeles, llenas de coches, cines y locales de espectáculos. Seguramente con eso nos quiere decir que todo sigue igual, que nada cambia, que nada importa.
El libro de Fuller que estoy leyendo me anima a terminar de ver por segunda vez las obras más importantes suyas. Al final las terminaré viendo todas, que tampoco son tantas.
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