Es entretenida, en esa línea de acción que el director cultivó como nadie en los ochenta y noventa. Un planteamiento inverosímil, pero que funciona. Porque esto es cine. No tiene que ser real, ni siquiera parecerlo. Tiene que tener la credibilidad que debe tener la narración dramática cinematográfica.
Comienza bien, tiene su gancho y se deja ver, pero cuando pasa de la acción a la proposición dramática ya no funciona tan bien. A los cuarenta y cinco minutos ya no está tan claro qué nos quiere contar, si una historia de venganza entre dos hermanos por una espada japonesa o el aprendizaje de los métodos de lucha tradicionales.
Y no consigue remontar. Tiene su gracia por saber qué pasará, pero nada más. Es impersonal y algo anodina.
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