Sorprendente, como siempre. Relaciones maduras, adultas, sentimientos complejos, difíciles, emotividad abstracta. Complejidad frente a simplicidad.
La conquista de la felicidad conyugal es una de las tramas profundas que subyacen en toda la obra de Bergman. Es más, es su tema. Más que otros siquiera. La complejidad de las relaciones del día a día. La armonía interior de la vida matrimonial. Las dificultades de la pasión, de la pulsión sexual, de las tensiones de poder y dominio.
El fracaso de un matrimonio y la presencia de una mujer que ha sufrido un accidente y a la que ha abandonado su marido son los personajes con los que se encuentra el protagonista, un hombre recién divorciado que vive en una isla solitaria, de esas que abundan en el báltico.
Max von Sydow, Liv Ullmann, Bibi Andersson, y Erland Josephson son los personajes de la trama.
Lo que me gusta de la forma de rodar de Bergman es la frialdad que muestra en la exposición de las imágenes, como si no tuviese intención de hacer algo cálido. Como si a propósito pretendiese ser frío, distante, alejado, fuera de la trama, no implicado. Como si no le interesase realmente lo que cuenta. Expone lo que es, porque está presente. Es un narrador omnisciente, lineal y desinteresado. No valorativo. Es el espectador quien debe dar corporeidad moral y ética al discurso, a la narración. Por eso he defendido siempre que las cintas de Bergman hay que verlas por la mañana, a primera hora, cuando tu cuerpo y tu mente están más despiertos, sin que hayan recibido muchos estímulos a los largo del día. Ver esta cinta por la mañana es una experiencia, verla por la tarde otra bien distinta, menos intensa y carnal. Algo parecido me ha pasado siempre cuando leo algún ensayo difícil, algún texto que se maneja en términos abstractos.
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