sábado, 1 de febrero de 2025

§ 3.673. Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1984)

Tenía muchas ganas de ver esta película. Verdaderamente mítica. Basada en una obra teatral de Fernando Fernán Gómez, un artista descomunal, magnífico, longevo y dedicado a varias artes. El cine, como director y como actor, director de teatro, escritor. No me extrañaría que también hubiese compuesto música o actuado como mimo.
Aunque el tema de la guerra civil me cansa, me cansa desde hace poco. Entiendo perfectamente que cuarenta años después de la guerra, y apenas nueve desde el final de la dictadura, la sociedad, la gente, el pueblo, la política tuviese necesidad de revisitar el conflicto. Además, si se hace con el estilo de esta película el éxito está asegurado.
Pero ahora, tras casi noventa años no parece que la necesidad de revisión sea tan acuciante.
La idea de postergación de la vida por la Guerra  es, seguramente, la mejor metáfora que puede hacerse sobre el conflicto entre hermanos. Las cosas que se dejaron de hacer, el tiempo que se perdió en otras cosas, estériles y estúpidas, malsanas y dañinas. Cuando acontece una circunstancia -personal, médicas, vital, etc.- de tal calibre que no te deja pensaren otra cosa. Y esas reflexión -en realidad constatación de una experiencia- vale tanto para las personas como para los colectivos y las sociedades.
Una pena, una infamia que supone que perdiéramos el tren de la modernidad Europea. Conviene no olvidar esa realidad.
España tuerce su rumbo con la guerra. Y tarda mucho en recuperarlo.
La cinta tiene varias lecturas. Evidentemente la familiar es la primera, apreciar hasta qué punto se deterioran las relaciones intrafamiliares por el alzamiento y la posterior guerra, pero también pueden apreciarse otras. El crecimiento de las personas a toda velocidad cuando las dificultades arrecian; la inquietud que se instala en la ciudad de Madrid; la necesaria revisión crítica del planteamiento que ante el conflicto tuvo la población civil, etc.
El reparto es espléndido: Amparo Soler Leal, sobria y tensa, en su punto; Agustín González, verdaderamente brillante; Victoria Abril, una verdadera diosa, dominando a la perfección todos los códigos de la interpretación: seductora, pícara, bella, guapa, moviéndose como si el terreno fuese conocido; y Gabino Diego, un chiquillo que empezaba y que también sobrevuela el escenario con total solvencia.

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