La tengo por gran clásico, de esos canónicos que forjan la leyenda de un director, de un actor, de una actriz. De un año, además, verdaderamente magnífico en la historia del cine, 1939.
Tiene ese punto de epopeya que tanto gustaba en aquellos años y que tan bien pega con el Western. Un punto de película fundacional, creadora de un subgénero dentro del género, aquel que se dedica a narrar, como si de un poema épico moderno se tratase, las peripecias de la conquista del Oeste.
Es amena, muy entretenida, divertida y muy recordable. Es de las que no se olvidan. Por momentos emotiva, en otros de aventuras, siempre western, y con dos superestrellas de la pantalla de todos los tiempos: Errol Flynn y Olivia de Havilland. En sus tiempo más álgidos, en plena expansión del cine.
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