domingo, 20 de enero de 2019

§ 1.534. El ángel ebrio (Akira Kurosawa, 1948)


La enfermedad del cuerpo y de la mente, la individual y la social. En las películas de Kurosawa debía tener mucha importancia la enfermedad, son varias las que la abordan contextualmente, para narrar el trasfondo de lo que quiere decir. La tuberculosis es la que aquí se trata. 
El doctor es un hombre acabado, destruido por el alcohol, que aun así es capaz de recordar por que era doctor, y cuál es su lugar en el mundo. Ni siquiera él sabe qué ha sucedido con su vida, pero carece de ilusiones, de proyecto, de familia. No tiene nada.
El mafioso es un hombre con miedo, de sí mismo tal vez, y, sobre todo de la muerte que tantas veces le ronda por fuera, desde fuera, pero que esta vez le ataca desde dentro. Un enemigo invisible contra el que no sabe cómo luchar.
La relación entre ambos progresa desde el mafioso hacia el médico. Cada vez es menos mafioso y él cada vez más médico. Cuando el médico mira la radiografía sabe que está condenado a muerte y desde ese momento comienza a comportarse como un auténtico médico. El mafioso necesita de la esperanza del médico, y éste del proyecto de curación de aquel, que es lo que le mantiene vivo.
En una escena llueve, claro, como en todas las suyas.
La música de la mandolina (más guitarra que mandolina) es como un guión para que se vayan sucediendo los planos, las historias, aunque adquiere un protagonismo central en un momento dado, a la mitad de la película, cuando aparece el marido de la enfermera del doctor, que ha estado en prisión y que, al parecer, no la trataba bien.
El desenlace parece inevitable. El que ha regresado es un hampón más alto en la escala mafiosa que él.
El contenido moral de la cinta es evidente, ni alcohol ni mujeres es la recomendación del médico, que no sigue porque se deja llevar por el nuevo hampón.
Los actores son Takashi Shimura y Toshirô Mifune, médico y mafioso respectivamente, en la primera colaboración del último con el director, tan fructífera con los años.

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