lunes, 21 de octubre de 2019

§ 1.724. La caza (Thomas Vinterberg, 2012)

Durísima película, durísima. Nadie está a salvo de la maledicencia, de la mentira, del horror de una infamia, de una de este calibre, sobre todo.
La opresión de una sociedad cerrada, de una escuela hermética, con una mujer mayor al frente que prefiere atender a lo que dice una niña. Niña que no es suficientemente atendida por sus padres, que son amigos del supuesto pederasta.
Probablemente la imaginación de la niña se desboca por la falta de atención de sus propios padres, más dedicados a hacerse la vida imposible entre ellos. Por eso precisamente juega a inventar ese tipo de cosas.
La verdad no importa. Es lo de menos. ¿Cuál es la razón que anida en el corazón de esa mujer, profesora de primaria amargada y resentida? Dice que siempre cree a los niños, pero seguramente no es verdad. No le cae bien el profesor nuevo, que por otra parte lo tiene todo para ser el candidato perfecto: llevaba tiempo parado, divorciado con problemas graves con su mujer, no ve mucho a su hijo...
La conversación con el padre de la niña es desgarradora, tortuosa, demoledora. No sé quien puede aguantar es nivel de violencia y pena. 
Desde luego la niña miente. No hay duda, el director no deja lugar a dudas con es verdad. Todo es un embuste, envuelto en un error, sembrado en un campo de inmundicia, en donde cuándo se les comenta a los demás padres si sus hijos tienen síntomas de abusos sexuales algunos dicen que sí.
La verdad, la pura verdad es que la niña está prácticamente abandonada por sus padres, dedicados a hacerse la vida imposible entre ellos.
La atmósfera es agobiante, abrasadora. La niña no se acuerda de lo que dijo, no es capa de recordar nada de lo inventó.
Es una situación complicada y difícil de gestionar, que no tiene buen cariz. 
Incluso su nueva pareja duda de él.
No es una situación justa, pero puede darse. Y si se da debe ser horrible para el que la padece. El aislamiento es total. Los tenderos no quieren vender a su hijo, es detenido delante de él. Nadie le cree, excepto un amigo suyo, padrino de su hijo.
La conversación con el padre de la niña es muy esclarecedora. Supone una cierta catarsis en todo el embrollo, en vez de solventar el problema lo acrecienta. La niña tiene algo de malévola, de enfermiza. Obviamente pierde los nervios. Escupe a la niña, se enfrenta con el padre de su amigo. Va a casa del único amigo de su padre. El juez no cree la versión de la niña y no le mete en prisión provisional. Los vecinos matan a su perra, le tiran piedras a la casa, le acosan.
Y, sin embargo, los lazos que creía deteriorados con su hijo adolescente, de unos 14 ó 16 años parece que se consolidad, se hacen más duraderos, más profundos.
Una verdadera angustia, una agonía, una tortura, una indecencia, moral y social. Pretender acabar con una persona sin que haya hecho nada, sin que haya una acusación firme, una condena, es terrible.
La escena del supermercado es tremebunda, terrible, espantosa.
Pero sobre toda la película plantea una pregunta, ¿qué hacer en un supuesto como este?, ¿cómo reaccionar, dónde está el punto de equilibrio?, ¿se puede creer un testimonio infantil (o adulto, me da igual) sin pruebas de ninguna clase?, ¿cómo proteger a un niño que relata una historia verosímil? Muy difícil, difícil de verdad. La valentía personal para enfrentarse a una historia como esta no es sencilla, no todo el muno la tiene. El personaje que representa el actor la tiene, pero no pude más.  Está a punto de derrumbarse.
Acude a la misa del gallo, en nochebuena. No se sabe si como forma de defenderse o como manera de reivindicarse. Es un gesto de valentía absoluta. Los niños van a cantar una canción de navidad. Qué cosa más triste.
El director es para mi desconocido, Thomas Vinterberg. Danés y creador, junto con otros (Lars von Trier, Kristian Levring y Søren Kragh-Jacobsen), del movimiento Dogma 95, propuesta de simplificación de las reglas de rodar, editar y producir películas. Simpleza de medios para acercar el cine al espectador, que se encuentra saturadas de complejidad fílmica.
Ciertamente está rodada con una cierta simpleza de medios, tanto en la secuencias de planos como en los encuadres, incluso en el color.
El actor principal es Mads Mikkelsen, que le acababa de ver en otra cinta "Ártico". Me parece un gran actor, capaz de transmitir una potencia inusitada. Gran fuerza interior, buena presencia en la pantalla y una amplitud de registros que le permiten abordar con solvencia un papel dificilísimo, lleno de amargura, rencor, y depresión. Me gusta mucho, es un gran actor.
Moraleja: "Los niños no siempre dicen la verdad".

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