sábado, 26 de junio de 2021

§ 2.435. El cebo (Ladislao Vajda, 1958)

Una obra de arte, con mayúsculas, reconocida como tal por público y crítica. La disección del estudio sobre la investigación policial es magistral, con la lentitud y la parsimonia que va de un sitio a otro hasta descubrir la verdad.
La intuición del comisario juega un papel esencial en la obra. Ese no se sabe qué que forma parte de la labor policial y que la tiene los hombres y mujeres que están preparados y viven su profesión con la intensidad que sola proporciona la profesionalidad.
Es un auténtico modelo de comisario: dedicado, con un punto de obsesión sin hacerle perder la objetividad, preparado, con horas de vuelo y con una determinación por averiguar la verdad y un carácter que no conoce el decaimiento.
La aportación psiquiátrica es una de las claves del asunto, y la conversación entre el comisario y el psiquiatra es maravillosa. Diseccionar un dibujo infantil para conseguir de ahí un camino que conducta a la elaboración de unas pruebas es una organización muy inteligente de las pistas que debe seguir. Es una maravilla. 
El enfoque de la película es extraordinario. Apreciar cómo el comisario va apuntalando pequeños datos para configurar el viaje en coche que hace el asesino es una lección absoluta de investigación policial.
Es la primera película que veo de Vajda, y también la primera que veo de Heinz Rühmann, al menos que recuerde. La dirección es magistral, no sólo no sobra un diálogo, es que no sobre un  fotograma, todo encaja, la suavidad con la que se conduce la historia, el avance poco a poco de la trama. La sobriedad del actor es un sello del personaje, que en este caso cuadra a la perfección.

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