jueves, 30 de noviembre de 2023

§ 3.199. El canibal de Rotemburgo (Martin Weisz, 2006)

Es una singular biografía fílmica, un biopic, sobre Armin Meiwes, un caníbal que se comió a una víctima que quiso voluntariamente ser devorado.
Es el debut cinematográfico de un director de videoclip musicales. Si l oque pretendía era que nos introdujéramos en el personales, intentado pulsar sus sensaciones, revivir sus vivencias o comprender parte de su funcionamiento mental, no lo ha conseguido. La cinta tiene pulso, y la idea de contar las cosas de manera retrospectiva desde la visión de una chica que está haciendo su tesis doctoral sobre el caníbal y sus acontecimientos es interesante. La utilización de dos texturas para contar lo que la chica vive y lo que la chica cree que pasó en la vida del protagonista es verdaderamente brillante. En algún sitio leí hace muchos años que para la lectura de obras difíciles que se escriben desde el sujeto omnisciente y la voz interior hubiera sido interesante escribir en dos tintas, o en dos tipos de letras separadas, con el objetivo de facilitar su lectura. Pues algo así ha pretendido el director. Y en ese punto de vista funciona, es operativo y útil al objetivo pretendido.
Pero la cinta no consigue, en casi ningún momento, que entres en la dinámica narrativa. Sí en la estética, pero poco más. Es algo pesada, pretenciosa y espesa. La música subraya con demasiado énfasis los momentos culminantes de la historia y lo que pudiera ser un camino de exploración interesante: la mutación de la protagonista, no está del todo bien trazada. Su evolución se aprecia desde la voz en off que reverbera en su cerebro contándonos lo que piensa y lo que cree.
Estéticamente y narrativamente tiene un mérito incuestionable. Pero una película es algo más que una mera enunciación estética de una idea, o de un acontecimiento. Es algo difícil de concretar, pero básicamente, se trata de emocionar, de influir en el estado de ánimo y de que sea capaz de proyectar un poso en uno mismo: un aprendizaje, una imagen, una idea, una aspiración, etc. Y esta no lo consigue. No narra un retrato psicológico sobre un caníbal. Juega a los miedos que puede infundirnos, pero no proyecta esa potencia. Me acuerdo de la cinta de Wyler: El coleccionista, de 1965 y, la verdad, aquella desde su simpleza y su color, desde el amor que pretendía el protagonista, y sin verdaderas escenas de violencia conseguía una perturbación en el espectador mucho mayor.
La lógica enfermiza por un fetichismo sexual depravado y criminal no me atrae nada. Pero entiendo que determinadas películas toquen el tema. 
Bien me metraje, supongo que no daba para más. Y bien interpretado por la protagonistas, Keri Russell, aunque a veces, en los momentos más tenebrosos, está excesivamente pintada, y de colores negros que la afean.

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