Pues cine negro de altura, lo que hacía Negulesco en sus primeras películas. Con una Ida Lupino absolutamente magnífica, atractiva, segura de sí misma, algo oscura y con un fondo de maldad que la hace más sugestiva. Y además canta, mal, pero canta, de manera triste para canta. No tenía una cara especialmente agraciada, y ni siquiera podía encuadrarse en el grupo de mujeres bellas del Hollywood clásico (era muy delgada y con largas piernas), pero tenía un glamour, una forma de moverse y comportarse muy singulares, como con mucha atención, como si esos ojos grandes y luminosos que tenía fuesen a incendiar la habitación en la que se encuentra. En otra liga juega su voz, algo metálica y cascada por la ingesta masiva de cigarrillos y alcohol.
Cornel Wilde tan varonil y tan poca personalidad como siempre. Esa cara marmórea similar a la Victor Mature. Aquí es el pardillo, el chorlito, el tontín... pero lo hace bien.
Una guapa Celeste Holm y el pérfido Richard Widmark, capaz ya de encarnar a ese tipo de personaje complejo, antisocial y nada solidario con los seres humanos que le circundan.
Llama un tanto la atención la forma de arrancar la cinta, desde el inicio va directo a la cabeza, sin tregua, sin concesiones. Indudablemente es un efecto pretendido para que la cinta dure más y el espectador pueda cuestionarse cuál es el pasado de la mujer recién llegada. El resto del guión es previsible, pero no aburre y por momentos es intensa y refrescante.
Me ha gustado mucho.
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