jueves, 25 de abril de 2019

§ 1.616. The Tall Target (Anthony Mann, 1951)


Rápida, directa. Muy contenida, en un escenario reducido, pero eficazmente resuelto. Él, Mann, que era el Dios de los espacios abiertos, de las montañas, de los grandes rodajes al aire libre. Ahora reduce todo su potencial y rueda entre cuatro paredes, dentro de un tren, con una cierta sensación de claustrofobia.
Un policía, llamado John Kennedy curiosamente, sospecha que van a asesinar al Presidente Linconl en una estación de tren, al inaugurar un ferrocarril. Al parecer es un hecho real, de los tantos que ha elevado a la categoría de mito el cine norteamericano.
Bien rodada, metraje contenido, se conforma con 78 minutos, un guión bien resuelto y suficiente tensión como para no perderse detalle.
No soy capaz de reconocerle en su cinta, no tiene esos signos tan característico del cine de Mann, los planos largos, los trávelling, los caracteres de hombres hechos a sí mismo, duros como el pedernal, soberbios en su idea fija de sí mismo... hombres del Oeste para cualquier clase de comportamiento.

§ 1.615. El club de la lucha (David Fincher, 1999)


No sé cómo puede la gente valorar esta película como una obra de arte. Me gustaría apreciar qué nota le pondrían a Laura, o a Forajidos, o a Perdición...
Ciertamente es una película distinta, rompedora, con una forma singular de narrar las cosas, con una doble situación a veces (casi siempre) muy difícil de comprender...
No le he llegado a coger el ritmo, no sé cual es su mensaje. No entiende qué quiere decir. Parece un relato contra el consumismo, pero puede verse como una alegoría del cooperativismo, como una nueva religión mediática. No le he cogido la onda en ningún momento.
La creación e un ejército de soldados adiestrados para atentar contra el sistema (¿qué sistema?) para provocar un caos... Con qué objetivo, para qué...
¿La idea es volar edificios que representan la sociedad actual?
Es demasiado larga y con una pretensión mesiánica que no va a ninguna parte...
Fincher es un director diferente, distinto. Y eso es meritorio, peo de hay a decir que es una obra de arte, es excesivo. Ni creo razonable que deba verse dos veces para entenderla, ni sé si pretende algo concreto. Una especie de activismo contra el sistema, un comunitarismo capaz de idealizar el subconsciente  y proyectarlo en acción. El personaje creador del club es, en realidad, la proyección de lo que el subconsciente desea, la forma de liberarse de la vida de mierda que lleva el protagonista. Pitt es, en realidad, el alter ello de Norton. Y la creación de la sociedad transgresora, la violencia radical con las peleas, la relación con la chica, todo forma parte de lo que sublima para llevar la vida que lleva.
Empieza como acaba. ¿La destrucción de los edificios es el derrumbe de las certezas en las que había edificado su vida?
No son mi clase favorita de películas.

martes, 23 de abril de 2019

§ 1.614. La costa de los mosquitos (Peter Weir, 1986)


Película perturbadora, intensamente conflictiva, nada fácil de ver y con más mensaje que el que el director saca de ella.
No se explican las motivaciones por las que el inventor y su familia abandonan América par instalarse en medio de la jungla de centroamárica. Pero llega a conseguir lo que se propone. Aunque no queda claro que después de haberlo conseguido le sepa a algo, le saque utilidad, le satisfaga. No es un ego lo que le llevó a abandonarse, ni un resentimiento, ni un desencanto. Es la creencia, alocada e infantil de superioridad moral que tiene sobre todo lo que le rodea, y sobre todas las personas con las que se relaciona.
Se convierte en el Dios menor de un pedazo de selva y sus habitantes, pero la sumisión que pretende de todas las personas que le rodean le hacen especialmente peligroso, y, sobre todo, inaguantable... No es que vaya perdiendo la razón poco a poco, en ese aislamiento convivencia en el que idea máquinas y técnicas como si fuera un demiurgo, es que siempre ha estado fuera de la realidad, por encima de todo pero, al mismo momento, por debajo en las estructuras básicas del comportamiento humano. Es un enajenado y siempre lo ha sido.
El frío es civilización, el aire acondicionado también. Y es una gran verdad.
Obviamente, cuando Paul Treroux escribió la novela ya había leído Cien años de soledad... ...pero subir hielo a una civilización perdida dentro de la selva del centro de américa no se comprende bien.
Harrison Ford hace bien su papel, Hellen Mirren no cuaja, no encaja en la cinta. Quizá porque su papel no se explica del todo. No soy capaz de comprender cuál es la motivación por la que una madre de familia permite aventurarse en una epopeya como la narrada.
Las motivaciones de él quizá pueden ser entendidas, pero las de ella no.
Lo que se hace raro es le invasión de los soldados. No se sabe qué quieren, ni por qué han venido, ni lo que esperan. La idea de echarles destrozando todo es peregrina, y, obviamente, no va a funcionar. Pero su locura aumenta precisamente desde ese momento.
Dios creo y construyó un mundo, él también. Dios no lo destruyó, pero él sí.
No se sabe por qué están allí, ni qué quieren. Simplemente funcionan como espoleta de su propia locura interior.

domingo, 14 de abril de 2019

§ 1.613. La venganza de Ulzana (Robert Aldrich, 1972)


Tengo a Aldrich como un director excelente, con películas estupendas y llenas de potencia. Y esta es una de ellas. Con el magnífico Burt Lancaster a la cabeza, que es capaz por sí mismo de llenar la pantalla.
Es un Westher descarnado, a veces violento, pero no por el afán de serlo, no por el capricho de mostrarnos lo más salvaje del ser humano, sino porque es su naturaleza, su ser más propio, donde muestra su ser más escondido. En muchas películas suyas la violencia es un personajes más de la trama. Y esta no es menos.
El otro personaje son los caballos, que están presentes desde el principio hasta al fin.
Tiene algo de Westher reposado, maduro, sereno. No hay prisas, no es que sobre el tiempo, es que cada cosa tiene su propio ritmo, y eso no lo va a cambiar la necesidad de encontrar a Ulzana. Me gusta mucho que no explique las razones por las que los indios se levantan, probablemente porque está en su propia naturaleza, en su forma de ser.
El racismo que exudan los soldados hacia los apaches no les hace ningún favor, les dificulta incluso la comprensión de lo que sucede, no ya de la táctica a seguir y la forma de abordar los problemas, sino de la completa estrategia que debe rodear todo propósito, también la persecución de los huidos de la reserva.
La capacidad de análisis del sargento es poca, pero tiene una ventaja, que es capaz de escuchar al indio que les acompaña como guía y al blanco que conoce el terreno, la problemática de los indios y es capaz de mantener la sangre fría.
Los secundarios están perfectos, sobre todo Bruce Davison que borda su papel de teniente excesivamente pretencioso y con necesidades de creerse a sí mismo en su papel de mandamás del grupito que persigue a los indios.
Los escenarios naturales evocan películas más ambiciosas, Wester de los años 50 y 60 tremendamente ambiciosos en cuanto a los decorados y la ambientación.

miércoles, 10 de abril de 2019

§ 1.612. Huracán (John M. Stahl, 1939)

Melodrama. El Rey del Melodarama, el "Auténtico Rey del Melodrama" podría decirse, con permiso de Sirk, que es quien llevó el género más lejos.
Stahl es un directo algo olvidado, seguramente no muy conocido por el gran público y casi seguro que con una filmografía poco editada.
Todo gira en torno al drama que acontecerá. No sabes por qué, ni cuándo, pero sabes que acaecerá, antes o después, con mayor o menor dolor, pero sucederá. Es inevitable. Además en esta cinta sabes qué va a ser, cuál es la manifestación de ese melodrama.
La mejor película del género es Un lugar en el sol (George Stevens, 1951), aunque a mi me han gustado siempre las de Sirk. Pero hay que reconocer que Que el cielo la juzgue (1945) y, sobre todo,  Murallas Humanas (1948) Stahl se ha ganado un hueco en mi videoteca. Me parece magnífico, delicado, con sutilezas y madurez emotiva. Las tres que he visto de él, incluida esta, me han gustado, aunque esta la que menos.
La trama es sencilla: un pianista muy famoso entre a comer en una cafetería el menú del día y se queda prendado de una camarera, a la que invita a salir un par de tarde. Una de ellas cae una gran tormenta, y les obliga a refugiarse en una iglesia para guarecerse de la tormenta, del huracán. Él está casado, pero con una mujer enferma mentalmente por el nacimiento de un hijo muerto, y al conocer a la camarera entiende que su momento ha llegado. El final es previsible.
Los protagonistas son Irene Dunne, y Charles Boyer, ambos muy metidos en el papel de enamorados sin futuro que caracteriza este tipo de amores ruidosos y tórridos desde el punto de vista emocional.
Charles Boyer tiene esa tristeza tan característica del hombre torturado y suficientemente maduro como para saber lo que tiene que hacer, que no siempre coincide con su felicidad. Su interpretación es sobria, poco emotiva, dura sin ser arisca, educada sin pedantería. Siempre le recuerdo en papeles atormentados, poco felices, sin remisión por sus pecados, incapaz de dar un giro a su vida para obtener lo que persigue. No es un actor al que tenga simpatía, quizá precisamente por esa infelicidad que transmite. Sí le recuerdo con intensidad en Arco del triunfo (Lewis Milestone, 1948), La tela de araña (Vicent Minelli, 1955), y Los cuatro jinetes del Apocalipsis (también de Vicent Minelli, 1962), y, sobre todo en Luz que agoniza (George Cukor, 1944), quizá su papel más recordado y, seguramente, el que le lanzó a la fama.
Irene Dunne era una gran estrella, una dama del cine, sobre todo de los años 20, 30 y 40. Siempre en papeles dulces y sobrios, trabajó con los mejores: La Cava, Cromwell, Negulesco, George Marshall, George Stevens, Curtiz, Charles Vidor, Clarence Brown, Victor Fleming, y Leo McCarey.

martes, 9 de abril de 2019

§ 1.611. El griego de oro (J. Lee Thompson, 1978)

Aunque ha pasado tiempo y se han rodado películas parecidas no está mal, se deja ver aunque ha envejecido. No tanto por las interpretaciones, sino por la temática, manida y muy trivial... muchas veces vista ya en esta sociedad de consumo de ediciones, sobre todo en televisión.
Anthony Quinn está soberbio, como siempre. Muy metido en su papel da perfectamente el pego. Jacqueline Bisset es la clásica guapa entre las guapas que da bien en la cámara, pero que tiene limitadas capacidades interpretativas.
Descaradamente es una copia del romance entre Aristóteles Onasiss y Jacqueline kennedy, con los cambios de escenarios y personajes necesarios para que no hubiera problemas legales.
Los paisajes son espectaculares y las tramas intermedias está bien tratadas. Pero no cuaja del todo, probablemente porque es muy difícil organizar una película excelente sobre una realidad tan conocida como la vida de dos de los personajes cuyo romance fue, literalmente, retransmito en directo, fotografiado y televisado en decenas de programas. Probablemente todavía sigue dando de qué hablar y seguramente habrá decenas de series de televisión y películas sobre el tema. La película no muestra nada más que el glamour y la superficie de su romance. Recuerdo haber visto una serie de televisión sobre la vida de Onassis que me pareció magnífica, muy centrada en la relación con las mujeres y el sufrimiento que provocaba su relación tiránica y hedonista. Pero esta película no se centra en este aspecto, sino en el papel más frívolo y desenfadado.
Si intenta mostrar el desprecio que sentida ella por él, casada probablemente sólo por su dinero y su poder. La relación no debió ser ni feliz, ni duradera, ni siquiera potente desde el punto de vista sexual. En su biografía se cuenta que él volvió a María Calas dado el temperamento volátil y excesivamente caprichoso de ella. En todo caso es evidente que no podía salir bien, y los últimos veinte minutos de la cinta se dedican a narrar su autodestrucción como pareja y como personas.
He repasado las películas de J. Lee Thompson y, la verdad, tiene muchas más de lo que pensaba. Además muchas de contenido social, como británico que era. Siempre le tuve por un director de películas de aventuras, con algún gran éxito en taquilla absolutamente desmesurado comoLos cañones de Navarone (1961), auténtico canon en el género bélico. Me gustó mucho en su momento Una llamada a las doce (1965), que me pareció magnífica, y también me gustó mucho El oro de Mackenna (1969), con el gran Gregory Peck. Otra interesante fue Taras Bulba (1962) que, como películas de aventuras es estupenda.
Luego tiene otra cara, la fase menos bonita de su filmografía: El temerario Ives (1976), El desafío del Búfalo Blanco (1977) auténticamente insufrible... Más allá de este nivel tiene otro con cintas como Justicia salvaje (1984) y las demás que hizo con Charles Bronson, que no son precisamente de las mejores: películas de consumo instantáneo, probablemente alimenticias para su director pero poco creativas y fuera de los cánones de calidad que se le supone a un director de cine notable.
Junto con Quinn también todo El Pasaje (1979) que me pareció decente, aunque no buena del todo.

lunes, 8 de abril de 2019

§ 1.610. Fiesta (Henry King, 1957)

Sigue fielmente la novela de Hemingway, al menos la recuerdo idéntica en sus personajes principales y en la estructura narrativa.
La constelación de estrellas de la película es realmente notable. Pero el resultado no es brillante. De King me han parecido estupendas: Tierra de audaces (1939), y Almas en la hoguera (1949), sobre todo esta última que he visto varias veces. La peplum David y Betsabé (1951) y las de aventuras Las nieves del Kilimanjaro (1952) y El capitán King (1953) me parecen buenas sin más. Y al margen queda La colina del adiós (1955), que la recordaré toda mi vida, pero no por sus actuaciones, sino por algo más trágico, que no quiero ni nombrar.
Esta película es más famosa que buena. Ava Gardner estaba ya en estado pre-precuscular, como Tyrone Power que moriría muy poco después, como Errol Flynn uno de los grandes alcohólicos de la industria. También intervienen Mel Ferrer y un dignísimo Eddie Albert que hace un papel corto pero intenso, curioso pero sobre el que se abren y cierran escenas y puertas narrativas. También interviene Juliette Greco, mucha del cine francés y de una (cierta) intelectualidad chic durante tanto tiempo.
La animalidad de Ava no se muestra con toda su intensidad como en otras películas suyas míticas, para mi insuperable en Forajidos, Pandora y el Holandés errante y La condesa descalza (aunque en esta última cinta estoy completamente solo). No redondea su papel, lo enhebra, pero no lo cose, no lo cierra. Enamorada de un hombre impotente no cuadra con el rol de mujer viuda de un hombre en la guerra, no tiene sentido ni lógica, ni afectiva, ni emocional. En una novela es más fácil construir esa ficción, en una película que pretende sostenerse sobre un romance no consolidados es mucho más difícil.
Algo parecido sucede con Tyrone Power, que aunque fue una estrella rutilante no consiguió nunca una altura interpretativa realmente notable. La verdad es que el papel era difícil, herido de guerra, impotente y enamorado de una bomba sexual como era el animal más bello del mundo.
Mel Ferrer tan hierático como siempre, con presencia y planta, pero nada más.
Pero el que brilla a mi juicio es Errol Flynn haciendo de borracho insufrible consigo mismo y faltón con los demás. Es uno de sus últimos papeles, y no me extrañaría que en vez de actuar simplemente se presentase en el plató para ser quién era y cómo era... Tanto Power como Flynn murieron jóvenes, el segundo de ellos totalmente alcoholizado y autodestruido.
El cansancio de la vida, de la fiesta, el saber que la resaca de la guerra necesariamente tiene que terminar, que la fiesta se tiene que acabar, que hay que crecer, cambiar... está mucho mejor construido en la novela. Aquí no deja de ser sino una simple película de aventuras, emociones amorosas e intensidades frívolas.
Las imágenes de Pamplona y las corridas de toros y encierros, necesariamente tienen que ser auténticas, documentales. Se aprecia bien cuando las autoridades entran en la iglesia. Son claramente documentales, como lo es las de la corrida en la plaza, nadie puede torear así actuando. Necesariamente tiene que ser un auténtico torero, aunque en algunos planos se intercala la cara de un actor.
Me ha gustado la cinta pero no creo que sea de las mejores de King, director muy reconocido y valorado, aunque alejado de los premios y distinciones, aunque de larga carrera, desde el mudo al sonoro, y muchas películas rodadas. Un clásico del cine.

§ 3.405. Tristeza de amor (Eduardo Mallorquí, 1986)

  Recuerdo algunas noches cuando se emitía la serie y me quedaba a ver algún capítulo. La música es preciosa, la canción en realidad.  Vista...