Me ha parecido una gran película, no una obra de arte ni nada parecido, pero sí una cinta más que razonable, sobría, serena, contada una y mil veces, pero en este caso bien hecho. Con un guión tópico y típico, de serie B incluso, con un desarrollo más que previsible, diálogos absolutamente reconocibles e intercambiables con cualquier otra película similar y con un desarrollo general notable. Bien narrada, con metraje moderado y música muy bien acompasada.
Pero en esta hay una nota de calidad que no tienes otras parecida, la interpretación de Jeff Bridges. Me encante en ese punto de madurez que tiene, la serenidad de haber vivido y haber encontrado la necesaria calma, esa capacidad de desarrollar un discurso cinematográfico muy contenido, sereno, capaz de transmitir sin ser efectista, sin tener que sobreactuar, con contención. Ya lo hizo así en la del Oeste de los Coen remarke de otra de Hathaway, también con un personaje principal que le gustaba la botella mucho.
El director debutó con esta cinta. No creo que sea una gran obra de dirección. Es una película de autor, de este actor, que seguramente también canta en la versión original, no está doblado. La música es la que se espera en una película de una estrella de Country venida a menos.
Jeff Bridges va a terminar siendo un actor señero, está en ese estado de gracia después de películas más que razonables a lo largo de estos años que le permiten tomar una cierta perspectiva de las cosas. Me ha encantado. Es cierto que me gustan este tipo de películas, que la redención por el amor, la liberación de ti mismo y de tus demonios interiores es una forma de superación que me gusta ver, todos los humanos, todos, de una manera u otra sabemos o al menos intuimos dos circunstancias de la vida: que todo el mundo tiene una segunda oportunidad, excepto cuando ocurren determinadas circunstancias que marcan un punto de no retorno, y que, en el fondo, la vida es una permanente lucha por conocer los propios límites.
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