jueves, 9 de febrero de 2017

WALSH, Raoul. Rio de plata (1948)

   Walsh te hacia un Wester con cuatro actores, una trama cualquiera y un de escenarios interiores, sin apenas exteriores. Es un director muy sólido, muy bien vivido, muy bien articulado, uno de los grandes de verdad, con 82 películas como director, lo cual es una auténtica barbaridad, propia de la época, en la que se rodaba sin descanso, de forma continua, en un sistema de producción en cadena que a veces, precisamente por esa prisa, deterioraba el resultado artístico final.
   Eso sí, con dos actores magníficos. Un error Flynn en estado de gracia y una gran Ann Sheridan, de factura clásica y siempre, como todas ellas, limitadas en sus capacidades dramáticas por el tipo de cine que se hacía, aspecto en el que influía la concepción del propio director y de los productores. En aquella época, salvo excepciones, las mujeres mostraban su belleza en la escena, que servía para proyectar el guión según los impulsos de los machos alfa... Y en esta película se sigue este guión. Las posibilidades de desarrollo del papel de la Señora Moore son muy grandes, y, sin embargo, queda reducida a ser la acompañante del héroe.
   La trama es muy interesante, pero el desarrollo del desplome económico del imperio del protagonista no está bien explicado. No se desarrolla los matices, ni las consecuencias, y luego esto tiene un efecto perverso, que no sabes por qué vuelve tras la muerte del candidato a senador, su amigo que participó como abogado.
   Este tipo de películas del Oeste, tipo hombre hecho a sí mismo al estilo de ciudadano Kane son comunes en el género, y suelen estar bien hechas. Esta en concreto es buena, perfectamente revisitable.

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