jueves, 28 de abril de 2016

BERGMAN, Ingmar. El séptimo sello (1957)

Película fascinantes, subyugan, onírica, de una visualidad plástica fabulosa. Un relato medieval, con un comienzo espectacular: el mar, los caballos, el pájaro, el ajedrez, la muerte...
Hay aspectos de la misma que tendría que apreciar al verla por segunda vez. Sobre todo aquellos relacionados con los diálogos de los titiriteros. La muerte juega un papel muy definido, es el diálogo esencial por el que se transita a lo largo de toda la película. Pero el papel de los titiriteros es diferente, es la vida del niño Miguel, es el futuro, la paz... Las visiones del padre también tienen un rol definido que no aprecio.
La crítica a la religión parece muy evidente, sobre todo en el diálogo con el pintor de la capilla, que es abiertamente irreverente.
Otro aspecto a tener en cuenta es la purificación que experimente la bruja al ser quemada. Es algo más que un aspecto individual, es social, es colectivo, es de todos... No se entiende bien cuál es la razón por la que el guerrero se apiada tanto de ella, si viene de las cruzadas, de luchar, al menos teóricamente, por el dios que permite esa tortura.
Desde luego Bergman es un genio de la iconografía cinematográfica. No es especialmente el cine que más me gusta, quiero decir que no soy un absoluto e incondicional fan, pero cada vez me gustan más sus películas, tienen una magia singular, una estructura propia, diferente, absolutamente particular, para verlas con calma, sin necesidades de tener que seguir un guión predeterminado, estructurado y clásico.
El cine es a Bergman lo que la literatura al ensayo. Más libertad estética, más libertad compositiva. Sin los límites que viene definidos por la estética clásica de lo que es una novela. 
Es, por así decirlo, Kafka.

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