jueves, 22 de enero de 2015

DMYTRYK, Edward. Víctimas del terrorismo (1975)

Hay películas que desmerecen a su director, que quizá no le hubiera gustado filmar, y que tiempo después no se reconocen como propias, no al menos en la trayectoria que ha tenido como cineasta. 
Estoy convencido que esta es una de ellas. El director es sólido, muy pétreo, con cuatro o seis películas excelentes, maravillosas, y otras cuantas buenas, siempre con una media alta, de notable, bien narradas, con diálogos inteligentes, personales muy corpóreos, bien definidos, con una fotografía cuidad, incluso cuando rodaba en blanco y negro.
Y en la última de su carrera, con una película crepuscular, rueda, dirige y pone su nombre a este bodrio. No lo puede comprender. No tiene nada, nada de nada, una escena del asesinato de un mafioso en una pelea con una cadena de hierro en un portal, en una especie de calle sin salida.
Teoricamente estamos en Nápoles, pero no rueda ni un exterior reconocible, no nos muestra un monumento, una casa, sólo los barrios periféricos de la ciudad, con paredes llenas de humedad. Nada de la bahía tan conocida, por supuesto. El guión es pavoroso, infame, no le puedes seguir la pista, necesariamente te pierdes en algunos momentos; los actores pues mejor dejamos de hablar, con un George Kenedy que interpretaría igual la muerte de su mujer que la de perro del vecino.
No comprendo cómo un director excelente puede despedirse de la profesión con una película como esta. En todo caso es común que grandes directores les pase esto, que su última película sea muy mala. Le pasó a Wilder, en menor medida a Preminger, Huston se salva... pero nunca la caída fue tan monstruosa. En este caso es espectacularmente mala. Y esa es la noticia. 

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