domingo, 3 de junio de 2012

SAMUEL FULLER: Uno rojo, división de choque (1980)

     Es la segunda vez que la veo. Con mucho años y muchas películas de diferencia. Hace años me pareció insustancial, no especialmente bien rodada, con diálogos pobretones, y con una trama que no me seducía nada. Nada de nada.
     Sigo pensando lo mismo. No es una gran película. No es belicista, ni antibelicista, ni a favor ni en contra. Es un poco lo que al final de la película dice el protagonista: lo único heroico de la guerra es sobrevivir a ella.
     Seguramente es totalmente autobiográfica, ya que Fuller fue marine de los EE.UU. y participó muy activamente en la segunda guerra mundial.
     No le he acabado de coger la gracia a la película, y eso que me gusta mucho Fuller. Manos peligrosas en una película excepcional, La Casa de Bambú también, y A Bayoneta Calada... Pero esta no me ha parecido excepcional, ni siguiera buena.
      Hay dos detalles que sí la engrandecen. Lee Marvin está soberbio, magnífico, contenido pero firme, retraído pero explícito. Muy buena interpretación, que seguramente nadie como él era capaz de hacer mejor. David Carradine, quizá. Peor pocos más.
      El segundo detalle que me parece excepcional es la forma de rodar las caras, los gestos, las expresiones que tiene Fuller. Con una cercanía impresionante, en la pantalla sólo ves la cara, los gestos, las arrugas de expresión, los ojos llorosos, acuosos, el dolor, la angustia... Lo ves todo. Es obvio que es una forma muy suya de rodar, yo al menos no lo he apreciado con tanta precisión en otros directores, y también parece claro que este tipo de planos casan muy bien con películas bélicas. En otro tipo de acciones, dramas y, desde luego, comedias, sobre esa forma de mostrar los sentimientos.
     Esta versión, además, era la más larga del director. 156 minutos, nada más y nada menos. Largísima. La versión comercia tenía 128 minutos, algo mucho más comedido.
     No entiendo, en definitiva, cuál es el alegado antibelicista de la película. Por qué se ha erigido, con el tiempo, en un mito de film. A mi me parece en algunos aspectos muy patriótica, muy característicamente yanki, aunque con una perspectiva de la guerra más evolucionada de la que se tenía a mitad de los 50, que eran pura propaganda.
     La reflexión interior que se le supone el protagonista no desecha la guerra, la considera inevitable, y, como tal, juega en ella para sobrevivir. Hay un dato clave al respecto. Cuando uno de los soldados a su cargo tiene alguna tentación de desertar, otro le comenta a un cuarto: no lo hará porque si lo intenta el sargento le meterá un tiro en el corazón. En este momento la imagen vira hacia el protagonista que con su mirada líquida tan propia dirige la mano hacia la empuñadura de la pistola. No hay duda, si intenta desertar le matará. Eso es una reflexión de alguien que está en contra de la guerra. Otra cosa, es cierto, es que no es una película de héroes, la única heroicidad es sobrevivir al horror. Punto y final.
     Los cinco o seis escenarios en donde se desarrolla: El Alamein; Sicilia; Normandía; Bélgica; Alemania y Francia, probablemente son los lugares que recorrió el propio Fuller. Sería interesante constatarlo.

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